domingo, 31 de enero de 2010

La Columna de Urdampilleta


El visionario razonable

ANTONIO MUÑOZ MOLINA 25/09/2010 

Según su hija Allegra, Buckminster Fuller consideraba el barco de vela una de las invenciones más extraordinarias del ser humano. Propulsado sólo por el viento, un barco de vela se mueve sobre el agua siguiendo un rumbo preciso y transportando pasajeros y carga sin daño para el medio ambiente, sin dejar huella de su paso. Para él la belleza de las cosas se medía por la proporción entre el esfuerzo y los medios invertidos en hacer algo y su eficacia práctica. En un mundo de recursos limitados y necesidades abrumadoras, el desperdicio es un delito: en el proceso de su construcción y en el resultado final un velero era para Buckminster Fuller el ejemplo máximo de diseño racional y sostenible. "No luches contra las fuerzas adversas, úsalas", dice uno de sus aforismos: la forma y el material de la vela y la destreza del piloto ponen al viento al servicio del velero, que no deja manchas de gasolina ni trastorna a los peces con el sonido de su motor, y que aprovecha lo mismo las corrientes del aire que las del agua. Buckminster Fuller quería inventar casas y vehículos que tuvieran una liviana eficiencia de barcos de vela, que alcanzaran el máximo de estabilidad con el mínimo de peso, y se impacientaba con los arquitectos, empeñados en usar materiales y técnicas muy anteriores a los adelantos tecnológicos del siglo XX, entretenidos en minucias decorativas que a su juicio carecían por completo de importancia, obedientes a la inercia de la gravedad. Cuando era ya muy viejo, pero todavía asombrosamente activo, le presentaron a Norman Foster y la pregunta que le hizo nada más saludarlo se ha vuelto legendaria:

 Para Fuller, el menos es más de Mies van der Rohe no era una cuestión estética, sino una grave exigencia moral. Cuanto más se pudiera lograr con menos mejor sería la vida de la gente en un mundo desequilibrado por la paradoja de la sobreabundancia y de la escasez, de los muy pocos manejándolo casi todo y despilfarrándolo insensata y dañinamente y la inmensa mayoría oprimida por la pobreza y en muchos casos convencida por los propagandistas del poder político y religioso de que la desigualdad, el sufrimiento, el hambre, la guerra, son castigos inevitables de este valle de lágrimas, al fin y al cabo nada más que la antesala del paraíso, que puede estar situado en la otra vida o en un futuro igual de hipotético. Una de las cosas que más irritaba a Buckminster Fuller de los augurios del apocalipsis, con frecuencia asociados a la nostalgia de paraísos perdidos, era el recelo ante la ciencia y la tecnología. Había pasado una parte de los primeros años de su vida en los paisajes de bosques y grandes ríos y perspectivas marítimas de Nueva Inglaterra, en los que parece tantas veces que se puede vislumbrar cómo era la naturaleza antes de la llegada de los seres humanos; y era muy consciente del potencial de destrucción del progreso tecnológico aplicado a la guerra. Pero también estaba seguro de que sólo ese mismo progreso tecnológico, empleado para crear en vez de destruir, podía asegurar un porvenir digno para todos los seres humanos. Aficionado como era a inventar palabras, y no sólo artefactos, inventó la palabra "efemeralización": "El modo de lograr que la tecnología, propiamente aplicada, pueda garantizar una mejor cualidad de vida a todo el mundo, en todo el mundo".

Estaba convencido de que era tan visiblemente disparatado e insostenible el gasto militar, tan inútil y destructiva la guerra, que los seres humanos serían capaces de optar colectivamente por la sensatez y la concordia, con sólo que las alternativas racionales se explicaran con claridad. Murió convencido de que muy pronto se acabaría el plazo para elegir entre la utopía y la catástrofe, y de que, si todo salía medianamente bien, hacia el año 2000 se habrían quedado obsoletos la política y los políticos, además de la guerra.

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